viernes, 6 de junio de 2014

Nos están robando vida

La paz, por definición, no es negociable. Lo que ocurre en Cuba es un proceso de reinserción de un grupo de terroristas a la sociedad civil, perfectamente válido, pero claramente no es la paz en esencia sino una parte de ella. La paz tampoco es llevar un botón en la solapa o utilizar un logo símbolo de una paloma.

Para construir una verdadera armonía pacífica de corazones en una nación hace falta garantizar la justicia social, cobertura y calidad en la salud, cultura, educación, trabajo, entretenimiento, protección al medio ambiente, respeto a las minorías, calidad de vida, etc.

Por otro lado, terminar con los conflictos armados de una manera equilibrada no es vender la patria, todo lo contrario, es de vital trascendencia, es un loable comienzo para rescatar la misma. Resulta sensato elegir a la vida por encima de la muerte, a las flores sobre la hierba mala y al perdón en lugar de la venganza...

A lo largo de la historia, ninguna coyuntura se ha resuelto ejerciendo métodos bélicos, todo lo contrario, esos conflictos se extienden, se heredan y se transforman. La mezquindad se convierte en odio y éste en cáncer. Lo grave es que ese cáncer no muere con sus portadores sino que hace metástasis en otros amaneceres, en generaciones enteras, se esparce contaminando todo a su paso como el hongo de la roya carcomiendo a las plantaciones de café.

Mahatma Gandhi y Martin Luther King, por ejemplo, lograron sus pacíficos e incluyentes proyectos debido a su coherencia y a su fortaleza moral, la paz comienza en el espíritu y en el proceder del día a día, no en la imagen que se transmite a los medios de comunicación o que se viraliza por las redes sociales.

No es fácil, es mucho más que difícil, pero merece la pena intentarlo las veces que sean necesarias, así se haya fracasado en el pasado, hasta conseguirlo. Ésta generación en Colombia está llamada a enfrentar desafíos trascendentes con
 miras a construir un país de ensueño, no podemos ser inferiores a ese desafío. 

El perdón debe asimilarse como un elemento clave para un nuevo despertar, el perdón como sinónimo de futuro. También el perdón como enseñanza y así jamás llegar a repetir la historia. El perdón, que como la paz, son unos propósitos difíciles, pero irrenunciables. No tienen por qué existir pueblos condenados a vivir en la brutalidad, en los métodos ruines o en la crueldad de manera eterna.

Los conflictos en Colombia no nos están robando algo sin mayor importancia como lo es el dinero, nos roban nuestras mismas vidas, nuestro tiempo, nuestro trabajo, nuestra energía vital, nuestra biodiversidad, nuestra agua, nuestro sudor, nuestro descanso, nuestra salud, nuestra felicidad, nuestros sentimientos. De ese calibre es la coyuntura.

Es un grave error desperdiciar el presente esclavizando las almas dentro de un pasado sin futuro. Hay que avanzar. El desarme debe ocurrir, principalmente, en los corazones. Aquellos que no son capaces de perdonar no escaparán al destino de llevar su propio infierno dentro de su espíritu.

No se vive de heroísmos pasados, que entre otras cosas son heroísmos apócrifos. Los ex presidentes no respetan a las instituciones, dentro de sus cálculos políticos lanzan acusaciones y a la hora de sustentarlas van a la Fiscalía a lustrarse los zapatos. Eso es lo que les importa la justicia en Colombia. No es sorprendente, entonces, que cada vez haya más miseria, más vandalismo, más incredulidad. El ejemplo es vergonzoso y criminal.

No deja de atemorizar la solvencia y el derroche de doble moral, están dispuestos a hacer cualquier cosa, incluso poner en riesgo a la seguridad del estado, con tal de lograr sus objetivos. Nos están robando nuestra integridad esparciendo una fobia, un terror y una exclusión dignos de los bosques de Caledonia en el solsticio del año 1000.

Mientras tanto, los manantiales siguen su rumbo dentro de las clepsidras, el tiempo pasa y la vida se nos va extinguiendo al mismo tiempo en que arde, como las llamas de las velas. Nos están robando nuestras vidas.

La paz es posible pero es preciso mirarla con ojos de esperanza, curar las heridas y buscar otros horizontes. No se vive de rencores ni de egos, se vive de futuro y de porvenir. La guerra también se agota, no es la única salida, no merecemos estar condenados a ahogarnos en la sangre durante cinco décadas más.

No se vive de retaliaciones ni de venganza, se vive de sueños y de perdón, no es fácil, pero nada que merezca la pena lo es. 


Resulta para Colombia, más que urgente, hacer avanzar a la cultura y a los seres humanos en lugar de estancarlos en cielos lúgubres. Es necesario emprender referentes éticos en lugar de ejercer glorificaciones a la venganza. La política y la patria misma se desangran por falta de dignidad y siguiendo por ese sendero irremediablemente estarán condenadas a caminar entre los odios. No se llega demasiado lejos por el camino de los odios.


“Por la justicia, por la paz, por la democracia, por la libertad; ni un paso atrás, siempre adelante. Y lo que fuere menester, que sea”.
Luis Carlos Galán.


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