miércoles, 30 de mayo de 2012

También somos lo que hemos perdido

Amarterarse con ella era como estar delirando en un paraíso. Se llama Juana y yo la necesito, entre otras cosas, porque ella no me necesita. Al intentar describirla me siento impotente, me resulta algo complicado pues su hálito a veces se pierde en mi memoria. Su olor, por ejemplo, es más adictivo que la cocaína que se inyecta para alimentar su hedonismo. Sus ojos son inteligentes y beligerantes, tan grandes como un par de ostras, acaso oscuros como si el sol jamás se hubiese atrevido a colorearlos, lo más destacado es que encantan sin el más mínimo rastro de melancolía al ser capaces de mirar fijamente sin pestañear durante mucho tiempo. Sus tetas están invadidas de provocativos lunares ubicadas con estrategia como si fuesen fichas de ajedrez listas para dar un golpe fulminante. Su crencha siempre está torcida pero nunca he sabido si la usa así de manera intencional. Por ahora eso recuerdo.

Pero algo que ni en sueños podría olvidar es que siempre que regresa de sus muertes un pequeño estigma se suma a la colección que adorna su cuello, son tan diminutos como puntos marcados con agujas, quien desconoce su situación suele confundirlos con un tatuaje mal hecho. Para ella la muerte es un camino con retorno, en las personas catalépticas las reglas de la vida cambian, es decir, la muerte es corta y la vida es eterna. Como ya dije se llama Juana y algunos amigos que perdí me decían que siempre estuve enfermo y en total descontrol por ella, yo no estoy seguro pues es simplemente mi manera de amar.

No se cansaba de explicar, con cierto orgullo, que la catalepsia es un trastorno del sistema nervioso en el que se pierde, de manera momentánea, la sensibilidad y la movilidad del cuerpo, eliminando casi por completo los signos vitales por el transcurso de tres días en promedio en los que no se percibe nada de lo que sucede alrededor. Se lo aprendió de algún sitio de internet y siempre lo recita con picardía y trascendencia como si fuera la primera vez. Lo que omite decir es que la adicción a la cocaína suele producir un shock emocional extremo, afectando principalmente el cerebro, produciendo depresión, ansiedad, hiperfagia, irritabilidad y en casos contundentes catalepsia. En casos aún más contundentes, como el de Juana, todas las anteriores.

La razón popular dice que no siempre se tiene lo que se quiere sino lo que se necesita, pero ¿por qué necesitar a una muerta viva? Sencillamente porque mi propia vida no tendría sentido sin la de ella aunque en cada una de sus muertes se lleva algo de mí, generalmente son mis lágrimas, después de tantas muertes ya siento que me estoy quedando seco. También somos lo que hemos perdido…

El amor sin riesgo no es divertido, todo lo que no se llame amor loco y apasionado es una pérdida de tiempo. Además, ser parte de algo especial te convierte en alguien especial. Cuando pienso en los motivos por los cuales he amado a Juana se me refresca la memoria y logro recordar sus movimientos contundentes pero a la vez elegantes al bailar, casi como los aleteos de las mariposas. Bailaba con tanta pasión que asombraba, seguía cada compás musical como si lo sincronizara con sus latidos, me atrevo a asegurar que dentro de sus bailes encuentra los únicos instantes en que olvida que la muerte marca el compás de su vida.

Amar es darle a una persona el poder para destruirte y confiar en que no lo hará. Ella ha abusado constantemente de esa confianza. Mi amor ha tenido que sobrevivir con mucha frecuencia a sus detalles asesinos que se traducen en muestras de desprecio constante. Parece no satisfacerle el hecho de que yo la veo con frecuencia cuando cae fulminada como si la hubiesen descrismado, aterrorizado al detallar como su alma y su psique se niegan a abandonar su cuerpo, durante tres días en promedio, causándome un difícil dolor similar al que se siente al ver morir a un ser amado pero con la salvedad de que no se producía la extinción de su existencia. Sino que además, cuando regresa de su trance, me trata como si se hubiera devorado un verdadero cáliz de ponzoña. Con la muerte llega una nueva vida, pero aparte de que un nuevo puntico aparece en su cuello, que es lo de menos, esta nueva vida se caracterizaba por agudizar su sentido de la ironía y precisamente es la ironía una de las pocas cosas que provoca mayor efecto que la vehemencia. No se le antoja respetarme cuando está consumida en sus delirios de grandeza y esnobismo.

¿Qué mejor consuelo que llorar? Aliviarte, expulsar de tus entrañas ese parasito que te está carcomiendo todo lo que hay dentro de ti. Llorar con alguien descarga mejor el espíritu que hacerlo solo, pero yo no tengo a nadie, deje a todos por Juana. Peor, por algún siniestro motivo mis lágrimas ya se negaban a brotar impidiéndome el consuelo de poderme liberar. Era cruel, como si ella, en medio de su abyección, hubiera clavado en mi carne viva sus garras cargadas de dolor taponando el flujo de ese vital líquido. La combinación de deseo y desespero me dejo a oscuras, como en las tinieblas que ella frecuenta visitar, tan rápidamente como ocurre cuando se apaga de un soplo la llama de una vela.

Me convertí en una persona babieca pero seguía aferrándome a ese sentimiento celestial que, a pesar de todo, ella me despertaba. Como un suspiro llegaron a mi memoria sus piernas, son tan suaves, delicadas y dulces como algodones de azúcar pero imponentes al grado de desatar impulsos en mi corazón más frecuentes y resonantes que los aleteos del colibrí. Entendí entonces que el amor es lo que mueve a mundo, no el dolor.

La distancia se interpone entre los besos y los abrazos pero no entre los sentimientos, entonces me percaté impulsado a pagar por mis propios sueños, esa es la peor de las desesperaciones. Consumido en mi suplicio llegue a estar dispuesto a cegar mi vida para alcanzarla en sus muertes, la idea era suicidarme dos veces para estar seguro de caer muerto y así tener la oportunidad de que nuestras sombras se buscaran en la eternidad. Tal vez allí su alma, que es más fría y provoca menos confianza que el hielo, lograra reconocer la existencia de mi lújubre amor y valorara todo lo que soy capaz de hacer por ella, esa podría ser la salvación para mi atormentado yo. Pero las cosas no salen como las habíamos imaginado sencillamente porque no imaginamos, solo idealizamos. Cuando las cosas no suceden en la realidad, la misma imaginación propia ayuda para la composición equilibrada del escenario ideal. Vivir es sufrir, sobrevivir es hallarle sentido al sufrimiento, así lo asimilé.

El destino siempre escribe derecho aunque sus renglones estén torcidos. Todo está en constante evolución, todo lo que sube tiende a bajar, todo es un ciclo, en la gráfica de la vida hay picos y hay caídas bruscas, en definitiva; lo único que permanece por siempre es el cambio. En uno de mis delirios, en el cual me sometía ante el dilema de que tan posible es morir de amor, llegaron a mi memoria esos labios sensuales capaces de hacer trizas cualquier tipo de voluntad, son tan provocativos que pareciera que los macerara constantemente en aceite de almendras. Sentí una necesidad por saborear esos labios que me llevó a concomerme. En medio de la sequedad de mis lágrimas, que ya me había quemado los ojos, experimenté una epifanía, sentí en mi interior la respuesta: Si bien no era posible que Juana muriera en el mundo físico, ella debía morir en mi interior. En lugar de morir de amor decidí convertirme en un asesino. Tuve que haber perdido muchas veces para poder saber cómo ganar, comprendí que, a diferencia de lo que dicta la lógica, el que abandona es el más débil.

La soledad y el sufrimiento es la madre de todos los errores, yo opté por vivir en la negación. Desde entonces, el único síntoma de vida que logro percibir en mi conciencia es el vuelo de los amenazantes cernícalos. Para despedirme y liberar mi ansiedad simplemente me limité a escribirle un mensaje que le pienso enviar amarrado a la pata de una de esas aves de carroña que entrenaré como mensajera para que se la haga llegar en su próxima muerte:

“Juana: muy dentro de ti sabes que en algún momento me amaste, que a pesar de que he sido totalmente imperfecto te entregué mi alma que asesinaste sin el más mínimo sentido de culpa, nunca desarrollaste ese sentido. Además, sabes que dentro de tus muertes me extrañas y me sueñas y aun así a tu egoísmo no le importa dejarme ir, eso me produce escozor. Tu avaricia sentimental me agotó de vergüenza. Y lo peor es que estás convencida de que el muerto en vida soy yo”.