- Su obsesión puede ser capaz de llevarlo hasta la locura.
Argumentaba con ese hálito de suficiencia y sabiduría, característico de los psiquiatras, que tanto me fastidiaba. Esa suficiencia siempre me ha dejado una amarga sensación en la boca, como el sabor del guaraná.
También su voz me generaba una gran molestia, era similar a la que produce una puerta que rechina. Me perdía en ese consultorio, mi cabeza comenzaba a soñar despierta, me iba. Mis momentos allí se dividen entre los que no recuerdo y los que no quiero recordar. Pero con esa voz y esa actitud me aterrizó: sugirió que me internaran durante cuatro días. Se entendió como una orden.
El ingreso no fue
peliculesco. Es decir, no entré gritando que no estaba loco ni solicitando
auxilio por que me tenían en contra de mi voluntad mientras dos tipos empacados
al vacío en trusas blancas me arrastraban hacia adentro envuelto en una camisa
de fuerza y con la mirada desesperada al ver que tenían que inyectarme un
sedante. Eso no pasó. Fue un proceso menos traumático.
Me era inevitable sentir una especie de humillación que lograba bajarme la sensación térmica del cuerpo. Pero resulta de alto valor la capacidad que tenemos las personas de elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias, capacidad que no acostumbro a utilizar. Pero esta vez, pesándome hasta mi sombra, adopté una loable fortaleza.
Los pocos cuadros eran tan anacrónicos, la decoración tan ausente y las paredes tan blancas que tentaban a consignar grafitis en ellas, nunca lo hice, aunque no fue por falta de cojones (cuando estás declarado loco te puedes tomar ciertas licencias haciéndote el desentendido y te perdonan con sospechosa facilidad) sino por falta de creatividad, nunca se me ocurrió nada que merezca la pena estar escrito ahí. Confieso que siempre quise hacerlo.
Me era inevitable sentir una especie de humillación que lograba bajarme la sensación térmica del cuerpo. Pero resulta de alto valor la capacidad que tenemos las personas de elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias, capacidad que no acostumbro a utilizar. Pero esta vez, pesándome hasta mi sombra, adopté una loable fortaleza.
Los pocos cuadros eran tan anacrónicos, la decoración tan ausente y las paredes tan blancas que tentaban a consignar grafitis en ellas, nunca lo hice, aunque no fue por falta de cojones (cuando estás declarado loco te puedes tomar ciertas licencias haciéndote el desentendido y te perdonan con sospechosa facilidad) sino por falta de creatividad, nunca se me ocurrió nada que merezca la pena estar escrito ahí. Confieso que siempre quise hacerlo.
El televisor permanecía sintonizado en el canal Señal Colombia, no voy a caer en el cliché de decir que ese hecho enloquecía aun más a los internos, pero si es verdad que nadie estaba a gusto con las imágenes emitidas. Caí en una reflexión: Todas las personas a mi alrededor tenían muchas historias alucinantes para contar y estaban encerrados, aislados. En cambio, el televisor emite mensajes por todo el país, sin aparentes restricciones, con una calidad bastante deficiente. Ese lugar, que tiene como objetivo la razón, no escapa a las leyes de la injusticia que tanto me obsesionan, que observo en todas partes, que me llevaron ahí… Nada tenía sentido.
En protesta decidí narrar esa experiencia (obviamente no pensaba hacerlo) y contar algunas historias de personas interesantes, confío en que al menos entretengan más que Señal Colombia. Me aventuré entonces a establecer relaciones sociales durante toda mi estadía, yo mismo me sorprendí pues no suelo tomar la iniciativa de hablarle a desconocidos, me cuesta hacerlo. Sin embargo, adopté heroicamente un deber como comunicador. Me quedó claro que aunque vivimos en una cultura obsesionada con la cultura; la televisión, la internet y las redes sociales anulan en un elevado porcentaje la posibilidad de tener ideas propias.
No pretendo discriminar a los drogadictos (que abarcaban el 73% del personal interno) pero la verdad es que ellos me aburren bastante. Siempre están ansiosos por que les suministren Glucuronolactona y solo cuentan historias que (pienso) nunca sucedieron. Además, las alarmas de mi ego me impiden compartir mucho tiempo con personas que no me necesitan. Preferí hablar con personas cuyas locuras me resultaban más profundas, más entretenidas y más de esencia:
Paula 2 era tímida hasta
para comer, las pocas veces que decidía hacerlo, más por supervivencia que por
gusto. Le era muy difícil comunicarse con los seres vivos que se cruzaban en su
camino, salvo por las matas del jardín de atrás a las que la descubrí bastantes
veces cantándoles, me dejaba obnubilado. No soy crítico musical, no puedo decir
si cantaba bien o mal, pero si me llamaba poderosamente la atención su pose de
felicidad cuando cantaba, en verdad se veía feliz, como la muñeca de los
Hermanos Grimm cuando sopla el erquencho.
Resultaba inevitable dirigir el foco hacia sus manos, tenían unas manchas amarillas muy intensas, como las salamandras. Contrastaban con sus ojos, eran tan negros, en ellos se alcanzaba a percibir claramente como se concentraban sus deseos y sus intenciones de querer explotar ante el mundo con todas las fantasías que se imaginaba y que hubiera entregado todo por tener la capacidad de comunicar. Su necesidad de sociedad nunca fue consumada, al menos en los pocos días en los que yo estuve ahí presente. Esa impotencia la estaba acabando. Siempre que me atrevía a saludarla me fulminaba con un gesto apóstrofe, de auto protección, sin embargo, estoy seguro de que yo le caía bien.
De una manera muy sencilla conocí a Juan Fernando. Era el típico personaje que le hablaba a todo el mundo, todos sabían de él. Había estado ahí durante varias semanas y creo que le gustaba, lo percibía bastante cómodo. Sin planearlo, di con alguien exactamente opuesto a Paula 2. No olvido lo primero que me dijo cuando se me acercó, estaba feliz:
- ¡La Selección Colombia va a clasificar a la copa do mundo de fuchibol en Brasil!
Es un personaje que está convencido de que tiene la facultad de predecir el futuro, siempre lanzaba frases con aires de gazmoño con respecto a lo que él presentía que iba a suceder. Eran frases muy puntuales, aforismos, realmente parecía seguro de lo que pronosticaba. Lo curioso es que todos le creíamos, habríamos nuestros oídos (aunque de una manera disimulada) a sus palabras que cada vez más ganaban juicio.
Resultaba inevitable dirigir el foco hacia sus manos, tenían unas manchas amarillas muy intensas, como las salamandras. Contrastaban con sus ojos, eran tan negros, en ellos se alcanzaba a percibir claramente como se concentraban sus deseos y sus intenciones de querer explotar ante el mundo con todas las fantasías que se imaginaba y que hubiera entregado todo por tener la capacidad de comunicar. Su necesidad de sociedad nunca fue consumada, al menos en los pocos días en los que yo estuve ahí presente. Esa impotencia la estaba acabando. Siempre que me atrevía a saludarla me fulminaba con un gesto apóstrofe, de auto protección, sin embargo, estoy seguro de que yo le caía bien.
De una manera muy sencilla conocí a Juan Fernando. Era el típico personaje que le hablaba a todo el mundo, todos sabían de él. Había estado ahí durante varias semanas y creo que le gustaba, lo percibía bastante cómodo. Sin planearlo, di con alguien exactamente opuesto a Paula 2. No olvido lo primero que me dijo cuando se me acercó, estaba feliz:
- ¡La Selección Colombia va a clasificar a la copa do mundo de fuchibol en Brasil!
Es un personaje que está convencido de que tiene la facultad de predecir el futuro, siempre lanzaba frases con aires de gazmoño con respecto a lo que él presentía que iba a suceder. Eran frases muy puntuales, aforismos, realmente parecía seguro de lo que pronosticaba. Lo curioso es que todos le creíamos, habríamos nuestros oídos (aunque de una manera disimulada) a sus palabras que cada vez más ganaban juicio.
Me parecía muy simpática su obsesión por Brasil, le gustaba mezclar en sus frases palabras del portugués de una manera natural, siempre lo hacía, como si un sólo idioma no le alcanzara para manifestar sus predicciones o mas bien como si el castellano y el portugués fueran un solo idioma, quien sabe, en realidad no conozco sus motivos pero dentro de mi ignorancia opino que no le salía tan bien.
Me gustaba que en esa clínica a todos nos llamaban por nuestro nombre, sin apellidos, con propiedad. No me gustaba que si alguien repetía nombre le ponían un número por orden de llegada. Sara 2, Andrés 3, Vanessa 2 e incluso Felipe 4, entre otros, desfilaban por los pasillos.
Sara 2 llegó el mismo día que yo, cuando me atreví a preguntarle su apellido una enfermera me corrigió al instante, como si hubiera pronunciado algo execrable, sentía que estaba atacando los cimientos más sólidos de su sistema:
- ¡Acá se llama Sara 2!
En ese lugar, cuando
atacas eres un orate y cuando acatas estás cuerdo, tu condición mental se
limita a una cuestión de “enroque gramatical”. Con atacar me refiero a tener
pensamientos distintos, la verdad es que lo que ellos buscan son identidades
líquidas que adopten la morfología del recipiente que las contenga.
Sara 2 ni siquiera es colombiana, es de Esparreguera, se enamoró de un bogotano y por ahí derecho del ajiaco. Se casó. Lastimosamente perdió a un hijo que aún estaba instalado en su vientre en un accidente con su moto cuando volvía de
¡Embarazada y corriendo en moto! Sus ojos le ardían de tanto lamentarse y su acento parecía contagiado de escorbuto. Su quebranto era evidente, la conciencia es un contrincante peligroso. Se apagó la vida de su hijo. Sin siquiera haberlos abierto se apagó el brillo de sus ojos. La muerte no es lo contrario de la vida sino el capítulo final de la misma, lo grave es que esta vida ni siquiera llegó a nacer. Nunca lo pudo superar. Ojalá procesar y guardar los cambios en ciertas historias fuera tan fácil y tan rápido como cuando guardamos los cambios en el computador.
Sólo eso fui capaz de averiguar pues Juan Fernando nos interrumpió:
- A enfermeira vai cair la bandeja de las gelatinas.
Todos volteamos a mirar esperando el suceso.
En la mitad de una vitrina permanecía empotrada una Biblia. Parecía ubicada estratégicamente para que fuera leída, aunque para ser justos nadie le hacía publicidad ni le colgaba carteles de “Acá está el camino hacia la salvación”, “Lea e ilumine su alma”, “No se condene” o algo así. El libro permanecía abierto en
A veces me siento tan mordisqueado como las cintas separadoras, cada tarascón me hace sentir que la vida es absurdamente cruel. Probablemente todo sería mucho más interesante y mucho menos doloroso si los días ocurrieran de una manera aleatoria, como en las listas de reproducción de música, nos encontraríamos frente a hechos inesperados. De hecho, ahorraríamos lágrimas y repetiríamos amor si pudiéramos elegir el día que queremos vivir, repetir nuestros días favoritos cuantas veces quisiéramos, adelantar los instantes, retroceder, poner pausa… La melodía de nuestra vida sería más armónica, la cantaríamos con pasión todo el tiempo.
María del Pilar le aplicó a su bebé de 13 meses la
eutanasia. Médicos especialistas le detectaron un problema metabólico en su
páncreas y en su hígado. La escasez de aminoácidos le provocaba una falta de posibilidades
mentales enormes y un gran dolor físico. Era como si hubiera nacido sin un ángel
de la guarda. Ya sabemos que la eutanasia consiste en acelerar el proceso de la
muerte para evitar el dolor extremo ante una enfermedad terminal o incurable.
Difícil decisión aplicarla a alguien que está terminando su existencia, pero aún más difícil la situación de aplicarla a alguien que la está comenzando.
El plan era valerse de una eutanasia pasiva, es decir, dejar morir por omisión. Ella tenía que negarle los alimentos hasta que después de 15 o 20 días su bebé muriera por inanición, por física hambre. Me pareció extraño, se supone que la eutanasia debería ser piadosa y compasiva, pero la religión y la política dicen que dejar morir de hambre a un bebé está bien, es válido, cegarle la vida para evitarle un desalmado dolor, no.
Naturalmente María del Pilar se chifló. Y no era para menos, debe ser tortuoso ver a un hijo propio morir de hambre, con la mirada extraviada y con su color desteñido. Llorado con desespero, llorando por hambre, llorando sin poder entender cada injusticia, llorando durante días y noches enteras. Finalmente optó, de manera clandestina, por convertir esa eutanasia pasiva en una activa, hizo que a su bebé de 13 meses le aplicaran una sobredosis de morfina. Lo entregó a las manos de Caronte. Murió en una avalancha orgásmica.
Se pasaron los días. En los momentos de mi despedida Paula 2 no estaba en su habitación. Yo no planeaba entrar pero me jaló su cama, tenía una energía bonita, desde ella se lograba escuchar a los pitirres que estaban acomodados en los cables de la luz, ¿acaso ellos le habían enseñado a cantar?
Tampoco estaba en el jardín de atrás seduciendo a las matas, lo encontré extraño. Fui a buscarla a la sala de reunión como último recurso pero tampoco se encontraba ahí, esto si era lógico, no le gustaba ese lugar, le tenía miedo. No pude despedirme de ella.
No sé por qué la recuerdo tanto, extraño su silencio, la forma como miraba de una manera perdida, como con reminiscencia, como si su corazón destilara tristeza cada tres latidos. Me molesta una pequeña melancolía causada por el hecho de que ella jamás se va a enterar de que al menos con una persona, con un ser humano, si pudo comunicarse en ese lugar, si pudo expresarle lo que sentía.
El plan era valerse de una eutanasia pasiva, es decir, dejar morir por omisión. Ella tenía que negarle los alimentos hasta que después de 15 o 20 días su bebé muriera por inanición, por física hambre. Me pareció extraño, se supone que la eutanasia debería ser piadosa y compasiva, pero la religión y la política dicen que dejar morir de hambre a un bebé está bien, es válido, cegarle la vida para evitarle un desalmado dolor, no.
Naturalmente María del Pilar se chifló. Y no era para menos, debe ser tortuoso ver a un hijo propio morir de hambre, con la mirada extraviada y con su color desteñido. Llorado con desespero, llorando por hambre, llorando sin poder entender cada injusticia, llorando durante días y noches enteras. Finalmente optó, de manera clandestina, por convertir esa eutanasia pasiva en una activa, hizo que a su bebé de 13 meses le aplicaran una sobredosis de morfina. Lo entregó a las manos de Caronte. Murió en una avalancha orgásmica.
Se pasaron los días. En los momentos de mi despedida Paula 2 no estaba en su habitación. Yo no planeaba entrar pero me jaló su cama, tenía una energía bonita, desde ella se lograba escuchar a los pitirres que estaban acomodados en los cables de la luz, ¿acaso ellos le habían enseñado a cantar?
Tampoco estaba en el jardín de atrás seduciendo a las matas, lo encontré extraño. Fui a buscarla a la sala de reunión como último recurso pero tampoco se encontraba ahí, esto si era lógico, no le gustaba ese lugar, le tenía miedo. No pude despedirme de ella.
No sé por qué la recuerdo tanto, extraño su silencio, la forma como miraba de una manera perdida, como con reminiscencia, como si su corazón destilara tristeza cada tres latidos. Me molesta una pequeña melancolía causada por el hecho de que ella jamás se va a enterar de que al menos con una persona, con un ser humano, si pudo comunicarse en ese lugar, si pudo expresarle lo que sentía.
Ya me tocaba regresar a esa película llamada vida, esa que sigue
sin reparar en cortes o ediciones, esa que pareciera que nunca se fuera a
detener pero que generalmente se acaba antes de lo pensado. Iba a regresar a mi obsesión, a ese
fruto enfermizo de mi imaginación culpable. En ese lugar concluí que en este mundo decir
“imposible” no es señalar un hecho, es expresar una opinión, una opinión poco
válida. ¡Nada es imposible!
También concluí que todos deseamos morir en algún momento. Lo triste es que morir es consuelo para quién se va pero crueldad para quién se queda. No sé si la cordura se gane con fortaleza, de hecho, no sé quién es cuerdo y quién no lo es. Solo sé que aunque todo a mí alrededor me demuestre lo contrario, quiero seguir pensando en que el futuro pertenece a las personas que creen en la belleza de sus sueños.
También concluí que todos deseamos morir en algún momento. Lo triste es que morir es consuelo para quién se va pero crueldad para quién se queda. No sé si la cordura se gane con fortaleza, de hecho, no sé quién es cuerdo y quién no lo es. Solo sé que aunque todo a mí alrededor me demuestre lo contrario, quiero seguir pensando en que el futuro pertenece a las personas que creen en la belleza de sus sueños.
- Adiós. Muito obrigado por todo,
salúdame a la lluvia de Bogotá. Grande abraço, nos volveremos a ver por acá.
Sentenció Juan Fernando.
Sentenció Juan Fernando.